Un nuevo estudio revela que poblaciones con poca vegetación y alejadas de los centros neurálgicos son un foco para la eclosión de enfermedades transmisibles entre especies, como es el caso de la covid-19 o la más reciente viruela del mono. Solo ocho de veintisiete estados brasileños presentan un riesgo bajo de propiciar nuevos brotes.
Las enfermedades que se transmiten entre especies distintas son el resultado de procesos ecológicos, socioeconómicos y demográficos entrelazados. Estos procesos condicionan un mayor contacto entre humanos y vida silvestre en áreas con degradación ambiental e influyen en la rapidez con la que las infecciones se propagan por regiones socialmente vulnerables.
Un nuevo estudio centrado en Brasil señala que las ciudades remotas con alta pérdida de vegetación cercanas a la selva amazónica presentan un mayor riesgo de sufrir estos brotes. Dicha investigación, publicada en Science Advances, analiza nueve de estas patologías desde 2001 a 2019 y señala que solo ocho de los veintisiete estados brasileños presentan un bajo nivel de riesgo. Este estudio centrado en Brasil señala que las ciudades remotas con alta pérdida de vegetación cercanas a la selva amazónica presentan un mayor riesgo de sufrir brotes zoonóticos
“Hemos desarrollado una nueva metodología para cuantificar la relación entre la frecuencia de varias enfermedades zoonóticas y doce variables, incluida la presencia de animales salvajes, la pérdida de vegetación natural, la forestación urbana, el producto interior bruto medio y cómo de lejos están las ciudades estudiadas”, explica a SINC Cecilia Andreazzi, de la Fundación Oswaldo Cruz.
Ciudades con riesgos comunes
Los estados con mayor peligro se concentran, generalmente, en la zona norte del país: Acre, Amapá, Amazonas, Roraima o Tocantins. Se trata de territorios que, además de haber perdido vegetación, están en contacto con la fauna silvestre y se encuentran alejados de los centros principales. Por el contrario, aquellas zonas donde hay vegetación urbana y más espacios verdes presentan un menor riesgo.
Gisele Winck, también miembro de FIOCRUZ, y otros científicos también señalan que la vigilancia de las especies cazadas para obtener carne podría prevenir la propagación de estos brotes. “A pesar del riesgo indirecto que surge del consumo de animales silvestres, la prohibición total podría afectar a millones de medios de vida y exacerbar las amenazas a la biodiversidad”, comenta Winck. “Para prevenir brotes zoonóticos relacionados con la caza, es imperativo garantizar la seguridad sanitaria y alimentaria de las personas que consumen esta carne para subsistir. Esto se puede conseguir a través del seguimiento sanitario de toda la cadena productiva y de políticas que promuevan la educación y la buena gestión”, añade.
Un desafío para Brasil
Predecir el riesgo de enfermedades zoonóticas en el país sigue siendo un desafío por varias razones, incluida la compleja interacción entre los procesos ecológicos y socioeconómicos que fomentan el surgimiento de los brotes. Además, las hospitalizaciones y las muertes por brotes pueden variar ampliamente en todo el país y hay poco conocimiento sobre los patógenos autóctonos de Brasil, según los investigadores. Para abordar esta brecha, Winck y el equipo implementaron un nuevo marco analítico para predecir los riesgos epidémicos de estas patologías.
Es la primera vez que se utilizan modelos estadísticos más complejos para informar sobre la categorización de riesgos. Ello permitirá “mejorar la evaluación en países con características socioambientales diversas como Brasil y elaborar bases de datos más completas sobre los patógenos circulantes en los mamíferos comúnmente cazados”, subraya Andreazzi, también autora del estudio.
Brasil actualmente combina vulnerabilidades socioecológicas y una crisis económica y política que hacen del país una incubadora potencial de la próxima pandemia. Esta situación se fundamenta en el desconocimiento de la evidencia científica y los ataques a las organizaciones conservacionistas, leyes ambientales laxas y la implementación de políticas ambientales destructivas.
“Nuestra sociedad todavía no comprende que somos una parte de la naturaleza y no estamos separados de ella. No funcionamos sin un entorno saludable, dentro y fuera de las ciudades. Pero para lograr este cambio de mentalidad, necesitamos la participación y la presión de una sociedad comprometida y consciente para que se hagan mejores leyes y se tomen medidas eficaces”, concluye Andreazzi.